Pastel sin cumpleaños


Red Bull

Hola, desconocido. Esto es lo que sé de vos. Esta semana caminaste por una calle, revisaste tus bolsillos, algo habrás sacado, y tiraste una bolsa de plástico con seis pastillas de éxtasis. Volví de un viaje de cinco días y me encontré con Tomás. Tomás caminaba detrás tuyo ese día, el día que perdiste esa bolsita que probablemente te costó un par de miles de pesos, que seguramente no valgan nada para vos y de la que Tomás y yo acabamos de tomar dos pastillas. Dudamos un poco al principio. Qué onda la calidad. Cómo pega. Estará cortada. Todas cosas que no sabemos y se nos vinieron a la cabeza esta noche, cuando volvimos de un bar antes de las once y decidimos que nos íbamos a tomar esa bolsita que vos tiraste con descuido y algo de desprecio porque probablemente para vos, unos cuantos miles de pesos no sean nada y para nosotros, al menos esta noche, sean todo. Pero igual nos lo planteamos, si. Qué carajo tendrá esta mierda. Los primeros resultados de Google indican muerte, destrucción, preocupación, y un poco nos preocupa a nosotros también porque Google es el líder espiritual de nuestra generación. Si él, en sus primeros cinco resultados, señala muerte y destrucción, fruncimos el ceño y pretendemos ser responsables. Fingimos, más que nada porque nos conocemos poco, que nos interesan los resultados de lo que esa esos botoncitos químicos puedan causar en nuestro cuerpo. Lo fingimos para el otro. No quiero que piense o no quiero que se dé cuenta que si esta noche me muero y si mañana soy el recuadro de la portada de un diario, todos los informes sobre drogas en los noticieros nacionales, si mañana soy el tema del día de los que como nosotros esta noche con una postura fingida, pretenden estar preocupados por los dos imbéciles que tomaron pastillas que juntaron del suelo, la verdad no me importa. Pero bueno, lo conozco hace dos meses y no quiero que piense que de verdad no me interesa. También, porque sí, puede ser, en el fondo algo me interesa. Pero supongo que prefiero que él me vea como algo un poquito mejor que eso y creo, casi tengo la certeza, de que Tomás prefiere que piense lo mismo de él. Y creo, quiero decir: estoy casi segura, que a él, como a mi, honestamente le importa poco si mañana es el recuadro de un diario, el tema del día de los noticieros, el tópico de conversación de la gente que cada mañana se dedica a fruncir el ceño frente a otros.
Bien, desconocido. Sé algo más de vos. Tomás te describió como un tipo que podría vivir en Barrio Parque. Él tiene esta hipótesis. Tenés guita y comprás drogas caras, de calidad. Y tanto él como yo elegimos confiar en esa intuición, en ese prejuicio. Los prejuicios, se sabe, tienen mala prensa. Pero los prejuicios te ahorran tiempo y energía. Los prejuicios te ahorran malos ratos, involucrarte con gente espantosa. Los prejuicios te ayudan a no estar en situaciones de las que no querrías ser el protagonista. Esta noche, por ejemplo, un prejuicio nos ayuda a elegir creer que nos metemos en la boca una droga cara, de calidad. Sin embargo, en algún rinconcito, el prejuicio hace agua. Por eso llegamos de un bar, bastante temprano para ser un sábado, después de caminar por Callao mientras llovía. Llegamos a la casa de Tomás algo mojados, nos cambiamos la ropa y nos emocionamos porque vamos a tomar esas drogas que vos tiraste. Pero dudamos. Tomás sonríe, levanta ese paquetito transparente, me muestra todos los dientes. Saca las pastillas y ahí estoy yo frente a mi guía espiritual: el que me habla de los efectos colaterales, el que me cuenta de otros imbéciles que ya fueron recuadro en la portada de un diario, el tema del día en los noticieros, el tópico de los fruncidores de ceño seriales. Hubo muertos, pibes a los que les dijeron que tomaban A mientras en realidad tomaban B. Pero a esos resultados no los abro. Porque de los guías espirituales uno toma solo lo que quiere tomar. Y esta noche no quiero saber si alguien se murió por la pastilla que Tomás ahora me mete en al boca y yo le meto a él. Tampoco quiero que le pase nada, la verdad. De hecho me preocupa más lo que pueda pasarle a él. Como nos cruzamos él y yo es bastante gracioso, pero dudo que te interese. Más que nada en este momento, tres días después de llegar a la casa de tus amigos, después de avisarles que habías pegado pastillas para todos, y te diste cuenta que cuando sacaste el celular, de pura inercia, para ver quién te busca, quién quiere saber de vos, qué reacción recibís de alguna pelotudez que hiciste en alguna red social de mierda, y te diste cuenta que perdiste las pastillas. Quizás para hoy ya te chupa un huevo porque de acuerdo a la descripción tuya que hizo Tomás, para vos la plata no es un problema. Pero esa noche, que ibas a la casa de tus amigos, que avisaste que habías pegado un par de pastillas -y ojalá sean de la mejor calidad habida y por haber- esa noche llegaste y tenías las manos vacías. Tus amigos estaban inquietos, quizás tuvieron una semana difícil, probablemente esperaron el fin de semana porque te encargaste de escribirles a todo sobre tu pequeña victoria: pegaste pastillas, varias, va a ser un buen fin de semana. Es diciembre, hace calor, todo el mundo quiere salir, todos quieren pasarla bien, pero todos, absolutamente todos tus amigos están en cualquiera: el que no tiene miedo de perder el laburo está agobiado por la idea de permanecer en un trabajo como el que tiene ahora toda su vida. O están aburridos de todo, o esperan las fiestas con la peor de las expectativas. Quizás te acusaron de cortarte solo y haber hecho alguna sin ellos. Lamento eso, desconocido. Lamento que hayas llegado con las manos vacías a esa jaula de leones llenos de ansiedad. Pero esta noche, gracias a vos, Tomás y yo nos metimos dos pastillas en la boca. En el momento que dudamos, cuando Google también nos frunció el ceño, él tuvo esta idea que nos desvinculaba de la responsabilidad de meternos unas pastillas de contenido desconocido adentro de la boca y del cuerpo. Yo le doy la pastilla a él y él me da a mi. Está bien, tiene sentido. Tomar decisiones es lo peor de estar vivo. Así que si esta noche pasa algo, si esta noche entramos a los cinco primeros resultados de Google, si esta semana los fruncidores de ceño se dedican a repasar nuestras vidas porque en las siguientes horas todo sale absolutamente mal, la decisión fue del otro por sobre uno. Aunque en ese mismo momento pienso que si algo de lo que puede salir mal, va a salir mal, ya sea que pase conmigo, o que pase con él, en cualquier caso seré la persona con la que todo salio mal o la persona que puso la pastilla en la boca de la persona con la que todo salió mal.
Eso es lo que se de vos. Perdiste una bolsa con éxtasis, quedaste mal con gente, volviste a llamar al dealer y le hiciste un pedido nuevo. Esto es lo que no sé de vos: ¿comprás drogas buenas? Tomás y yo elegimos creer que sí.



Pitufo Azul

De haber sabido que las cosas iban a ser así, ni siquiera lo hubiese intentado. Siempre cordero de sacrificio, el que trata de mantener a fuerza de una voluntad inerte e insulsa la esperanza de que la mediocridad no lo circunda.
En determinado momento de la vida, podría decir que después de los treinta, las cosas van en declive sin remedio. Las tetas ya se vieron, el sexo es una repetición in aeternum que solo se entiende en vivir al borde de no cumplir su fin último (la reproducción, oh horror), los amigos se cansan y se embotan, los padres se derriten bajo el peso de los años, el barrio muta y se deshace.
El aburrimiento es parte de encontrar la comodidad que requiere la estabilidad para sostener una vida completa. Una vida que puede acabarse de un segundo a otro y hacer que dejar de fumar y masticar chicles como un pelotudo se vuelva tan al pedo como fumar tres atados por día hasta necesitar respirar con asistencia luego de poco tiempo.
Pero la mediocridad no se puede tapar porque es la esencia del ser humano. No es pesimismo, es sólo haber vivido lo suficiente. Hay que entender y aceptar que la mierda es la regla y que de no ser por ella la felicidad sólo sería otro estado inocuo que buscaríamos vulnerar con una experiencia para lo cual no tenemos una palabra.  Debería hacer yoga, pero no me he mudado a Palermo todavía.
Madurez para aceptar que no se pueden cambiar las cosas. Madurez como falso sentimiento de superación.  Madurez, no te tengo. Madurez, estoy en off side, repitiendo lo que en los años de adolescencia me prometí no repetir porque, aunque pelotudo, sabía que me iba a llevar a un lugar terrible, generalmente bajo metros de tierra y conocidos llorando por encima y enemigos festejando a lo lejos.
Para tomar una pastilla que me saca la migraña busco recetas, opiniones y contra opiniones para estar seguro. Pero acá estoy comprando pastillas con formas de pitufo para ser feliz. Para ser feliz yo y el conjunto de forros que no pusieron guita y me prometieron que a fin de mes me la iban a devolver. Y yo acá, sabiendo que ninguna de las promesas que esconde ese pitufo ni mis amigos son ciertas más allá de algunas horas de felicidad y la credulidad recurrente que me abruma en cada acto simple y consuetudinario de mi llana existencia.
Miro la bolsita cargada y pienso si Dostoyevski o Sartre habrán escrito algo al respecto y si yo los leí tan por arriba que no recuerdo qué es lo que dijeron. Tal vez soy tonto. Tonto, musculado y bronceado porque es así es como me quieren o me educaron. A esta altura del partido no lo sé ni quiero esforzarme y deprimirme al razonarlo. Sólo espero que la fiesta esté buena, mis amigos idos y que Cami me de bola. Cami me va a dar bola, estoy musculado y con buen sueldo. Creo que triunfé en algún aspecto de la vida. Tal vez la felicidad se sienta menos pura pero sea esto lo que toca para todos y todas. Todes, para resumir.
Voy a meter algo en mi cuerpo con forma de dibujo creado por un belga. También crearon la birra y las papas fritas, esos tipos bien saben de la vida, nada puede fallar. Voy a meterme algo que me dio un contacto de Whatsapp sin dudarlo. Lo encontré en un esquina luego de esperarlo 45 minutos. Llegó en una moto con su camiseta de Chacarita, fingimos amistad, me resumió los efectos y me dijo que le pase el contacto a sus amigos. Hay gente que sabe de negocios en un nivel muy primario y, por cuestiones del destino, no fueron depositados en un ambiente donde los podrían haber desarrollado de forma eficaz. Menos mal, tal vez hundirían sociedades enteras en abismos insondables de hambruna. O serían los Huxley que necesitamos para un verdadero Mundo Feliz. Brave New Hijos de Puta.
Vuelvo con la felicidad embolsada en el bolsillo y con mi sueldo disminuido en tres cifras. Altas tres cifras. En mis auriculares suena la música que espero escuchar cuando sea empitufadamente feliz. Seré el Papá Pitufo de mis amigos y Camila mi Pitufina. O mi Putifina. Rio solo.
Entro a casa, saludo a mi vieja que toma vino sola en la cocina y voy a mi habitación a vaciar mis bolsillos. La adrenalina entra en tu sistema como una forma de anestésico autogenerado cuando el peligro hace de tu existencia una posibilidad y el dolor sólo puede ser minimizado por esa sustancia recorriendo tu torrente sanguíneo, rellenando cada lugar libre en tus músculos. La adrenalina llega a su pico cuando vacío mis bolsillos y fuera de billetera, llaves, celular, puchos, chicles, billetes sueltos y enrollados de baja denominación, pelusas, un pañuelo de papel usado y contar una y otra vez esos terrenales elementos, la bolsa no está.
Cami se va con otro y la felicidad se vuelve a escapar por vez incontable dentro de esta semana.

MILNUEVEOCHENTAYMIERDA

Fui a esa fiesta porque un amigo me pidió que le haga la segunda. En un principio me entusiasmó saber que era una fiesta con asistentes que promediaban la mitad de la treintena en edad, como yo. Bien, porque la última vez que fui a una fiesta con pibes de veintitantos recibí dos declaraciones demoledoras. La primera fue "no sé qué es Deep Purple" mientras notaba que la piba con la que estaba hablando empezaba a verme en tono sepia. La segunda fue aún más directa y contundente: "podrías ser mi papá". De más está decir que no la puse, no por falta de ganas sino porque por primera vez me di cuenta que los años se me notan y, por lo visto, no me crucé a ninguna con algún daddy issue dándole vueltas en la psiquis. Un amigo me lo explicó bien. Me dijo que todavía me faltan unos diez años para volver a las veinteañeras con cuestiones no resueltas con su padre, que ahora soy material de veterana que no quiere bancarse un pendejo idiota pero quiere disfrutar del sexo con alguien cuyas erecciones todavía suceden. Gran análisis. Todo verdad. De todas formas, gracias, paso, prefiero disfrutar de otra forma el ocaso de la pija.
En el ambiente se puede oler la desesperación. Somos un grupo de personas que por mala suerte o mala praxis no fuimos seleccionados en primera vuelta y ahora estamos tratando de meter un golazo en tiempo de descuento. La desesperación es tan palpable que incomoda. En seguida te das cuenta quiénes estamos a la caza porque no estamos en ninguna conversación fija, siempre mirando hacia los lados para ver qué (quién) hay. Y es como esas fiestas a las que ibas en los años de gloria, sólo que mucho más tristes. Hay un par de Calu Rivero dando vueltas en aire de soy demasiado para esta fiesta, otros que llegaron una década tarde al look gorra y lentes de noche, varios reventados y muy quietitos y los que somos el aberrante y sobre poblado promedio.
Intento un par de charlas que fracasan estrepitosamente tras el primer "hola". Pensé que a esta altura ya la iba a tener clara pero se ve que no. Intento bailar pero soy de mármol. Pensé que a esta altura ya la iba a tener clara pero se ve que no. Entonces me dedico a beber, con cuidado, con la idea de que un trago de más se va a hacer sentir hasta la mitad de la semana. Y me emborraché, si señor, porque es obvio, no la tengo clara todavía.
En la fila del baño conozco a Ana Laura, que cuando le pregunto cómo le dicen para no llamarla por el nombre completo me responde "Ana Laura". Virgen María putísima, no pego media. Hago sobrevivir la charla como Tomn Hanks hablando con Wilson. A través de la puerta del baño se escucha como aspiran a nivel turbina y luego silencio por un largo rato. Incito a Ana Laura a que abra la puerta y se mande que yo la sigo. La damas primero porque como hombre en esa situación las posibilidades son que te conviden de la buena (raro) o que te conviden una buena cagada a trompadas (casi siempre). Así que con Ana Laura a la vanguardia entramos para encontrarnos con un tipo acostado en la bañadera con los ojos abiertos pero inmóvil y tres líneas mal peinadas en un borde del lavabo. Ella se abalanza sobre la merca mientras yo chequeo que el tipo todavía respire. Respira. Bien. Ana Laura me indica que termine lo (poco) que me dejó. Lo hago. Quiero mear. Le digo que salga. Me dice que no, que me quiere ver, así que meo con público. No deja que me suba la bragueta. Se avalanza sobre mí y comienza a trabajar en lo que sería la peor paja del mundo, oficial. La borrachera, el gusto amargo del jugo que produce la mala cocaína y el dolor del manoseo inhábil y seco hacen que lo que pudo ser una gran anécdota de consumo y sexo casual sea un llanto interno. Pienso cómo puede ser que una persona que lleva activa sexualmente la mitad de su vida no sepa agarrar una pija. Pienso en cuál fue la mala decisión raíz que hizo que me encuentre en esta situación. En algún momento me equivoqué muy mal y, lejos de corregir el rumbo, seguí torcido. No acabo, obvio. Estoy a años luz de sentirme mínimamente excitado, sobre todo por el flaco en modo estatua que se encuentra a escaso medio metro de donde se desarrolla la acción. Ana Laura afloja sin darse por enterada de mi estado, se ríe, se lava las manos y sale del baño. Desearía que me afecte esa risa, que también me cause risa o que me preocupe por lo que puede llegar a contarle a las amigas que también están en la fiesta. Nada, no hay nada dentro mío.
Un destello blanco me devuelve a la realidad tal cual me avisaron que iba a suceder antes de comenzar el proceso. Me sacan el casco de realidad virtual que permite prever el futuro de acuerdo a las inquietudes personales. Me siento bien, fue una buena experiencia. Gran idea por parte del gobierno la de implementar esta tecnología en los que estamos terminando el colegio y nos encontramos indecisos en cuanto a qué carrera universitaria elegir. Mucho mejor que esos anticuados e inútiles tests vocacionales. Ahora sé que mi vida será dedicada al marketing y la publicidad. Pensar que mis viejos me criaron en un ambiente repleto de arte, música y literatura, preocupados por darme las herramientas para que me desarrolle como un ser humano en el amor y la empatía. De no ser por la inteligencia de la presidente Antonia Macri y su excelso gabinete que llevaron adelante esta brillante medida, me hubiera cagado el futuro. Gracias Antonia por hacerme ver que odio a mis padres. Beatniks mugrosos.

La felicidad es marrón

Debo ir a conocer a la hija recién nacida de un amigo. También debo comprar un regalo, actividad que a los que no tenemos hijos, no nos tratamos con gente con hijos y, de hecho, odiamos cualquier cosa que tenga que ver con bebés, nos resulta una tarea horrible; desconcertante, costosa, horrible e innecesaria. Pero aprovecho a ir hoy porque van algunos de los pibes y algunas de las amigas de la madre. Eso quiere decir que va a estar Camila. No puedo mentir, sólo voy por Camila. Soy capaz de ir a golpear a las puertas del infierno si me dicen que Camila está ahí.

Llego a la casa de mi amigo. Abre la puerta su madre, Susana. Eso ya no es una buena señal. Siempre me consideró ese amigo mala influencia para el siempre drogadicto y alcohólico problemático de su hijo. Nunca me quiso, no me quiere, ni me querrá. Lo bueno es que puedo anticipar de qué lado van a venir las preguntas de mierda del estilo “¿y vos para cuándo?”. Susana me mira las manos para ver qué traigo de regalo. Abre los ojos de par en par cuando encuentra que sostengo una botella de whisky. “Es una mamadera… para los padres… jáh… permisooo”, le digo y me mando para adentro antes que pueda reaccionar. Detrás de ella me recibe mi amigo con un abrazo y se ríe del chiste que antes le había hecho a su madre. Me dice que menos mal que fui porque estaba solo entre todas las amigas de su mujer, excepto Camila, que está de viaje con su nuevo novio. Tampoco van a venir los chicos. Bueno, entonces la paciencia será la clave de la tarde.

Me ceden un lugar para sentarme en medio de la reunión. Trato de meterme en la conversación pero me resulta imposible. Ninguna de las participantes de la conversación tiene hijos, pero hablan en dialecto materno con una habilidad de la cual carezco. Comentan sobre pañales, dentición, calostro, puerperio, el milagro de la vida, parecidos de la criatura, su ascendente astrológico y no sé cuántas cosas más. Mi amigo, que previó mi desconcierto, deposita delante de mí un vaso mitad whisky mitad hielo, me guiña un ojo y se retira para asistir a su mujer y su hija, las estrellas de la tarde, que demoran su aparición en escena. 

Con la ausencia de mi amigo, el grupo ataca. Que su amiga está hinchada, que no llevó bien el embarazo, que no sé cuántos kilos aumentó, que la beba es feíta. Sí, feíta, que hijas de puta, el desprecio con el que lo dicen. Cuando parecen aplacarse un poco, la madre de mi amigo se asoma desde la cocina para acotar que su nuera es holgazana y tiene la casa medio descuidada. Atiza la pira de la crítica y vuelve a su cueva. El whisky está masajeándome y ya me siento bastante suelto como para irme de boca. Quiero preguntarle a estos espantajos cuántos hijos tienen cada una porque tienen el cuerpo bastante chocado como para andar criticando.

Salva la situación la aparición de la madre con su hija en brazos. Las harpías se ponen como locas de falsa alegría. La saludo con un beso, la felicito, toco un poco a la bebé con el dedo índice y vuelvo a mi puesto. Mi amigo me sirve otro whisky y se sienta al lado mío sin hablar. Su mujer tampoco habla. Las que cumplen con la tarea de combatir el silencio son las hijas de puta y Susana, la hija de puta reina. En un momento le sacan el bebé de los brazos a la madre y se lo pasan entre ellas como un trofeo obtenido en un saqueo vikingo. Siguen con que la nena se parece a uno o al otro, al tío, al primo y a la abuela. Para mí, parece una pasa de uva con ropa. 
Hacen la ronda con la criatura, dándole palmaditas en la cola y meciéndola, una tras otra, hasta que llega mi inevitable turno. Al segundo de recibirla comienza a llorar, justo a mí, la puta madre, que no tengo idea de qué hay que hacer en estos casos. Trato de imitar los movimientos previos, pero se me nota la aspereza de la inexperiencia. Levanto la vista en búsqueda de salvación por parte de cualquiera de sus padres. Ambos tienen la mirada perdida en un punto indefinido del espacio. La madre aprovecha no tener encima por cinco minutos a su hija, respira, descansa todo lo que puede. Reposa su cuerpo maltratado por meses de embarazo. No quiere a nadie ahí, quiere dormir y se le nota. Ni siquiera le importa que su hija recién nacida se encuentre en brazos del amigo de su esposo que está a medio camino de la ebriedad.

Finalmente, deja de llorar.  La tranquilidad dura unos segundos hasta que me doy cuenta que está en silencio porque está haciendo fuerza para cagar; luego vuelve a llorar. La caca líquida que generó su recién estrenado sistema digestivo rebalsa el pequeño pañal y recibo, por primera vez en mi vida y no por gusto ni pedido, una cuantiosa lluvia marrón. Levanto a la nena y la alejo tratando de tomar la mayor distancia posible. El movimiento pendular hace que riegue con materia fecal infantil mi ropa y la comida que está sobre la mesa. “¡La cabeza, cuidado con la cabeza, animal!” me grita el alborotado colectivo matriarcal, mientras una toma la posta para quitármela y pasársela a la madre.

El paisaje de sándwiches de miga y snacks varios salpicados de marrón, matizado con un penetrante olor, se cruzan en el camino del whisky de media tarde y como resultado emerge de mí un chorro de vómito que termina por ensuciar lo poco que antes se había salvado. Me limpio la boca con la manga de la camisa y agarro algunas servilletas de papel para quitar la caca y el vómito del resto de mi ropa. Me retiro en silencio, sin despedirme, esperando no volver a ver a la hija de mi amigo hasta su cumpleaños de quince y que todo esto sea una anécdota graciosa del pasado.

El lunes me compro un perro. Lo llamaré Vasectomía.

Las comas en Schopenhauer

No sabe que cuento con una ventaja: no me importa. ¿Quiero ponerla? Claro que sí. ¿En este mismo momento, si es posible? Pues, claro, nada más lindo. ¿Me importa si no la pongo? Para nada. La puedo poner mañana, pasado mañana o el mes que viene. No me importa. Soy un camello en el desierto sexual y me encanta.
Luce descolocada, no sabe cómo manejar la situación. Intenta meter distancia para recuperar su posición inicial. No hay chances, muñeca. Me comí todas las piezas y la Reina ha quedado sola en el tablero.
Me regodeo en mi victoria. Si me planto acá, la pongo. Pero no, debo llevar esta victoria hasta la cima, aún en mi perjuicio. Pero, ¿cuál es el punto en el que gano o en el que me jodo? La delgada línea nunca antes tan delgada.
Bostezo largo. Me estiro. Me estiro demasiado, largo a largo. Bueno, es hora de retirarse. Ella no entiende cómo alguien como yo se va, dejando a alguien como ella de garpe. El ego desmedido que genera la belleza se come a sí mismo hasta que no queda nada. Beso en la mejilla mediante, nos despedimos. No hay promesas de volvernos a ver.

Llego a mi casa y voy derecho a la computadora a buscar porno. Me hago una. Quedo tirado, adormilado, con la pija en la mano, la acabada en la panza y el cerebro despejado. Ahora veo con claridad el campo de batalla y todos los cadáveres son de mi bando. Me doy cuenta que la victoria moral no sirve para nada. Mejor arrastrar la dignidad de vez en vez porque la moral y el respeto por uno mismo sólo generan anécdotas aburridas.

Puta vida

Del 23 de octubre al 22 de noviembre. Escorpio es un signo de agua que se caracteriza  por vivir para experimentar y expresar emociones. Suelen tener un carácter bastante fuerte y, a veces, pueden llegar a ser de lo más arrogantes. No obstante, también son personas con un gran corazón, sensibles y muy sinceras en todo lo relacionado con el trabajo, la familia y el amor. Bah, eso es lo que te dicen para levantarte el ánimo porque en realidad Escorpio es considerado el neonazi hijoputa de las doce casas. Sino fijate la cara que pone cualquiera cuando le decís que sos de escorpio. Andá, hacé la prueba, dale, vos que sos de esos que cree que la posición aleatoria del planeta en el cosmos al momento de tu nacimiento rige tu vida. "Qué complicado", "ufff, difícil de complacer" y "te gusta clavar el aguijón". No, no tengo aguijón, hijo de puta. Ya sé, me responden, es una metáfora. Y para que mierda salís con eso. No ves que sos difícil. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

Amor: Estás jodido, como en todo aspecto de tu vida. Tus signos compatibles son ninguno, ni siquiera el mismo que el tuyo. Es más, eso es lo peor que podés hacer. ¿Dos escorpio juntos? Es una carrera contrarreloj para ver cuál de los dos se convierte primero en homicida. Es como la leucemia teniendo un hijo con el SIDA. Debido a tu autismo social vivirás una vida de aislamiento emocional hasta el día de tu muerte, la cual añorarás cada segundo de tu miserable existencia. Tu verdadero amor es el final del camino.

Dinero: Como andás picante de la cabeza todo el tiempo, un día le respondés para el carajo a tu jefe y say hello to vacaciones permanentes. Eso o sos de los que son capaces de cagarle la jubilación a una viejita de 85 años con tal de llevar adelante su negocio. No importa lo que hagas, sos de escorpio. Tal vez, con el tiempo, logres encontrar algo decente para hacer, como golpear indigentes para robarles sus escasas pertenencias. Eso es lo máximo a lo que podés aspirar, de ahí para abajo, siempre. Hacele un favor al mundo, comprate una escopeta y desayunate un cartucho del doce.

Salud: Por vivir una vida de neurosis, auto persecución y culpa constantes, tu sistema digestivo es un conjunto de nudos dolientes. Seguro canalizaste la angustia a través del tabaquismo, el alcoholismo y una drogadicción incipiente, o sea, basura tus pulmones, hígado y riñones. Todo esto se cura con una perdigonada en la saviola.

Clave de la semana: Compre una escopeta, cárguela, póngala en su boca y presione el gatillo. Camine más.