Ruido

El ruido de los autos en marcha sube constante desde la avenida. También hacen ruido los colectivos cuando frenan y cuando arrancan. Y cuando andan. Y cuando todos ellos tocan sus hermosas bocinas. Inclusive hacen ruido estando parados, sin moverse, como el estertor de un gato moribundo.
Allá a lo lejos suena una moto con escape libre. El ruido crece, llega a su punto álgido al pasar debajo de mi ventana, para luego desvanecerse entre el ruido de la ciudad.
Una ambulancia pasa haciendo ruido y el tráfico de hora pico de la mañana hace que se aloje el tiempo necesario justo debajo de mi casa. Hace todo el ruido que quiere. Creo que hace todo el ruido que puede. Puede despertarme y lo hace.
Miro el reloj con un ojo entreabierto para ver si ya sonó y lo apagué dormido. Está activado. No veo las agujas, por lo que asumo que puedo seguir durmiendo un tramo más. Cierro el ojo y me acomodo en la cama. Llega el comfort. Inmediatamente suena el despertador. Compré uno que hace mucho ruido para combatir el hermoso silencio de mis sueños.
Antes de llegar al baño pasan los bomberos. Esos si que hacen ruido. Hacen que las ambulancias parezcan de juguete. Demoran demasiado en irse, maldito tráfico. Las sirenas se comen el ruido de los motores y hasta mis propios pensamientos.
Entro en la ducha y el ruido del agua contra el piso de la bañadera me tranquiliza. En el piso de arriba también se están bañando, pero el repiqueteo del agua sobre mi cabeza no es agradable como el que se genera en mis pies.
El perro de arriba se mueve y hace ruido a cada paso que da con sus garras sobre el piso de parquet. Mi vecina de al lado abre y cierra las puertas de su alacena. Las suelta, golpean y hacen ruido. La oficina de al lado recibe gente y lo que antes era silencio ahora es el ruido de una reunión.
Prendo el televisor, que emite un silbido en una frecuencia apenas perceptible, antes de ser cubierto por el ruido de la música y la charlatanería. Curioso como muchos parecen hablar, pero sólo hacen ruido.
El ruido de una tostada destrozándose en mi boca es seguido por el ruido de un sorbo de té. Está caliente y dejo entrar algo de aire junto con el líquido, lo que hace más ruido a cada trago.
Llamo al ascensor y se escucha el ruido del ascensor respondiendo al llamado, tal vez desde arriba o tal vez desde abajo. Un ruido imposible de localizar. Al cerrarse las puertas del ascensor, hacen ruido. Durante el viaje hasta la planta baja escucho el ruido de gente entrando, saliendo y charlando.
El ruido de la calle se hace vivo y es aún más ruidoso que antes. La gente por la calle va haciendo ruido hasta con sus pensamientos. El ruido los invade y tratan de purgarlo de sus cuerpos. ¿Estaré yo también haciendo ruido? Seguro. Abro la mochila y tras el ruido del cierre emergen de la misma mis auriculares. Ahora escucho el ruido que a mí me gusta.
De todas formas, el ruido de la ciudad se cuela por entre mi ruido personal y llega hasta mi cerebro. Mi cabeza hace ruido, mucho ruido. Comienza a vibrar. Me saco los auriculares y froto despacio mis sienes. No puedo impedir el crescendo de la vibración. Vibra, vibra, vibra y vibra hasta explotar. Una chica que pasa caminando por al lado mío queda bañada en sangre y restos de masa encéfalica. Grita asustada, hace mucho ruido.
En seguida, el ruido de una ambulancia y de un patrullero. No hace falta el ruido de bomberos. Otra moto pasa haciendo ruido.
Luego de unos minutos todo se calma y el ruido de la ciudad vuelve a su nivel habitual, armonizando todo. El ruidoso estertor de un gato moribundo. La silenciosa vibración de una persona muerta.

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