El hombre de enfrente que fuma

El hombre de enfrente que fuma sale todas las noches a las 11 a fumar y a mirar las plantas en su balcón. Es un balcón largo. Lo recorre de lado a lado, se agacha, mira alguna planta, da una calada a su cigarrillo, envuelve su cara en una voluta de humo y pasa a otra planta.
Cuando el pucho parece apagarse, agarra la regadera, la llena y pasa por cada una de las macetas vertiendo algo de agua en algunas, evitando hacerlo en otras y dejando pequeñas nubes de humo que se desbaratan rápidamente en el aire.
Deja abierta la puerta siempre en el mismo ángulo, donde se refleja la pantalla del televisor. Si no está mirando fútbol, nunca puedo llegar a entender qué es lo que ve. Es que el verde césped se hace evidente en las fechas importantes.
Si la persiana de la puerta del balcón está levantada, me deja verlo en su sillón, sentado, con el reflejo de la televisión iluminando el frente de su cara y cuerpo. Sillón de un cuerpo, para que sólo se siente el hombre de enfrente que fuma, aunque cuando está adentro no fuma, creo. Seguro su mujer no se lo permite. A veces la veo pensando en el balcón.
No recuerdo ver a nadie más de su familia o amigos, o siquiera conocidos. Siempre él. A veces ella, contadas veces. Pero siempre a las 11, él, el hombre de enfrente que fuma revisa la plantas.
Puede ser su soledad o la mía, pero es rutina sentarme en la ventana a ver al hombre de enfrente que fuma, a las 11, todos los días, y sentir que nos acompañamos mutuamente, cada uno en su mundo. Hay días en los que me distraigo o tal vez llego más tarde a mi casa. Pero si es el horario, me asomo y busco al hombre de enfrente que fuma. Cuando me asomo a la ventana, de un momento a otro, sale. Y por qué no, yo también me doy el gusto y me prendo un pucho, así no lo dejo fumando solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario