Voy de sombrero caído, para que no
desconfíen. Voy con algo más, pero no recuerdo qué es, sólo que lo olvide.
Esperaba otra cosa. No importa.
Hay que esperar. Siempre hay que
esperar. Mucho movimiento y muchos expectantes de hombro contra columna que no
pueden bajar la guardia. No hasta dentro de seis meses. Por lo menos. Como
mínimo. O más.
Me olvido las cosas. Me cambio de
lugar. Intento. Intento no llamar la atención. No. Pero me faltan cosas y salto
en el tiempo y retrocedo otra vez.
Voy de sombrero aunque haga calor.
Puta madre, me falta una letra. Saludo a la poesía que me mira y no puedo parar
y sigue, en dos tiempos. Dos juegos.
El olor a orina inunda la ciudad,
desnuda. Y con la muerte que no mata, pero acecha a lo lejos, sin sentido, porque
no hay que hacerlo, sino serlo, y no hay más.
Custodio mis botellas. Todos corren
alegres. Alrededor. Hay pánico pero soy yo. No, no se puede mostrar. Todos
impacientes excepto él. Ella. Y yo.
Voy de sombrero torcido y no queda
más que esperar. Temo al detenerse. Las propinas son el vuelto. No se puede ser
bueno todo el tiempo. Hay ilusión. De su mano va la decepción.
Voy de sombrero caído en mis infiernos con mil demonios. Pelirrojos. En cada hombro.
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