Encierro

La puerta es color verde inglés. Le echaron un 10% más de amarillo y, a ojo de buen cubero, treinta gotas de blanco por cada cuatro litros de pintura. Mide noventa centímetros de ancho por dos metros de alto, marco incluido. Posee ocho hojas plegables: siete hojas de trece centímetros y la última de la mitad de todas las demás. Cuando la puerta se abre, las hojas se pliegan en un paquete de quince centímetros y una décima que me mortifica. La primera puerta de tres, la más importante y la única que uso, se encuentra a doscientos ochenta y cinco centímetros de la puerta de mi departamento. En realidad, se encuentra  a doscientos noventa y nueve, pero como no llega a trescientos me gusta pensar doscientos ochenta y cinco. Doscientos ochenta y cinco está lejos de doscientos cincuenta. Aún así tiene un balance que me hace sentir bien. Doscientos ochenta y cinco es un buen número, es sólido. Doscientos noventa y nueve no me gusta. De todas formas sé que es doscientos noventa y nueve y no doscientos ochenta y cinco. Eso me mortifica día a día. Si camino hasta el medio exacto son treinta centímetros más, o sea, doscientos ochenta y cinco más treinta, lo que da trescientos quince. En realidad son doscientos noventa y nueve más treinta, igual, trescientos veintinueve. Hay dos puertas más pero los números no me gustan, por eso siempre espero el ascensor que se encuentra a trescientos quince de mi puerta. Es a trescientos veintinueve, en realidad. Que horror.
Pulso el botón de dos centímetros y seis milímetros de diámetro. Podrían haberlo hecho de dos centímetros y medio, que les costaba. Hay gente que se caga en los demás. Espero el ascensor treinta segundos, lo que tarda en viajar desde la planta baja hasta los veintidós metros y medio que lo separan del noveno piso en el cual vivo, siempre y cuando no venga con un pasajero. Si el ocupante pesa entre setenta y cinco y cien kilos, la demora es de dos a cuatro segundos sobre el tiempo estimado y esa demora me hace sudar frío. Dejo pasar siete ascensores hasta que me toca uno que tardó treinta segundos exactos. Hoy fue un buen día, demoré poco en bajar
Dentro del ascensor se encuentra Tomás, el encargado del edificio. Mide dieciséis centímetros más que yo. Me señala la bolsa que sostiene, en la que lleva un envase de cerveza. Le recomiendo la medida ideal para el bebedor: una botella de litro más una lata de cuatrocientos setenta y tres centímetros cúbicos. Como no entiende de números le digo que es una birra y media: "te tomás la botella, y como sabés que te quedan un poco de ganas, después va la lata, porque no tenés ganas de tomar otra cerveza entera". Abre los ojos y sonríe y deja entrever un barato arreglo dental. Puedo ver un alambre de entre cero coma cinco y cero coma seis centímetros de largo, agarrado a su primer molar. Está borracho y, luego de la risa, irrumpe en llanto. En un total de diecisiete lágrimas me cuenta que... Uy, dejé las llaves adentro, puta madre. Ahora voy a tener que ir a buscar una copia a tu casa. Hace mucho que no nos vemos y eso me arruina las cuentas.

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