Todos menos

Intento no beber porque cuando bebo tiendo a perder el control. Lo que sucede cuando me emborracho no es algo de lo que pueda sentirme orgulloso, pero sucede y es vital y necesario para mi sanidad mental que suceda. Me encanta hacerlo. Sé que alguien sale perjudicado, yo incluido, pero no importa, no me importa. Le hago caso al único y verdadero dios: el instinto. Si me ves de día no parezco una persona que sea capaz de hacer eso. Hago deporte, como sano, me acuesto temprano. Pero cuando bebo suelto los demonios que mantengo escondidos en pos de la normalidad.
Sentía la necesidad de hacerlo desde comienzos de la semana aunque por cuestiones prácticas no pude hacerlo. La necesidad se esparcía en forma de ansiedad a través de todo mi cuerpo. Cada vez que veía algo sobre ese tema en la televisión me excitaba, me revolvía en mí mismo y buscaba algún poder superior que me quitara de encima la necesidad de dar rienda a tan sucio pecado.
El fin de semana llegó y me encontró con las barreras bajas del control y el trago temprano, que luego se volvió nocturno, terminó por darle empuje al sentimiento. Me encontraba charlando con una de esas bellezas de oscuridad de bar. Ella sonreía con mis humoradas y anécdotas falsas. La charla era buena e iba todo bien, pero yo no podía más, iba a reventar si no lo hacía, así que lo hice. Era el momento. Sin dudarlo metí mi mano en el pantalón y lo saqué. Fue hermoso. Su rostro se unificó en una mueca de rechazo y me preguntó qué estaba haciendo, que no lo haga. Vamos, no es tan serio, le respondí. Repetía que nos iban a ver y yo, borracho de alcohol y adrenalina le decía que no mientras continuaba. Ella buscaba alejarse y yo cada vez más encima, por todos lados, me expandía en una nube aterciopelada. La buena suerte me abandonó y alguien que vio lo que estaba sucediendo dio aviso a la seguridad del lugar. Ni bien llegaron los dos gigantes de negro ella se largó a llorar. Astuta. Uno de ellos la llevó lejos de la situación mientras el otro buscaba imponerse físicamente sobre mí. Entre los manotazos miraba hacia donde estaba ella y le gritaba que era una careta, que deje de actuar, que dale, como si nunca lo hubieses hecho. El seguridad terminó por perder la paciencia y me asestó un hermoso golpe de puño en el rostro. Caí de culo al piso y ahí quedé, semi consciente, con un río de chocolate que brotaba de mi nariz. La gente comenzó a rodearme y, entre medio de insultos en mi contra, el seguridad me levantó y comenzó a arrastrarme hacia la salida. Te viene a buscar la policía, me dijo. Genial. Sólo quería ser como soy. Algunos me dirán boludo, otros enfermo, pero cómo explicarles lo que se siente cuando lo hacés, sobre todo cuando te dicen que no podés hacerlo, cuando la resistencia es lo que le da esa magia tan particular. Cuándo fue que la sociedad cambió tanto, me pregunto. Siempre me había salido con la mía, pero esta vez todo fue a mal. Volveré, siempre volveré. No importa lo que digan ni las veces que intenten detenerme. Siempre voy a volver a encender un pucho en un bar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario